Por: Jesús J.
Ortega Weffe
Distan algo
menos de 72 horas para que, a las 6:00 am del domingo, se abran las mesas
electorales a todos los votantes. Han sido horas de una campaña tan corta como
intensa en el lado de Henrique Capriles; y sorpresivamente disparatada,
inconsistente y flácida en el de Nicolás Maduro.
No tengo la
menor duda sobre que el planteamiento del primero signó estos días pasados, se
impuso sobre el del contrario y lo limitó a estar a la defensiva, defensiva a través
de muy deficientes recursos, también hay que decir.
Desde mi
óptica, la campaña reveló dos verdaderos fenómenos electorales:
Uno,
Capriles, potente y asertivo, cuestionador, empoderado en su rol y lejano de
titubeos e incoherencias, asumiendo plenamente su estandarte: la lucha por una
Venezuela verdaderamente inclusiva, con el establecimiento de las condiciones
para que se produzca una masiva y acelerada reducción de la pobreza (la más
importante causa de las causas de nuestros problemas), con énfasis en el
respeto de la dignidad de las personas y la garantía de la vigencia y eficacia
de los principios y valores democráticos. Y, a partir de allí, una numerosa
sucesión de ofertas concretas; rematando con una expresión poderosa: “hay que dejar el miedo atrás; no se le
puede tener miedo al progreso”.
El otro, Maduro,
muchísimo más fofo y errático de lo que podía esperar nadie. En realidad,
Nicolás quedará para los anales del análisis político como uno de los peores
candidatos que jamás hayan sido, a escala mundial. Inseguro, tratando inútilmente
de afianzarse ante sus propios seguidores, no ya los que podrían apoyarlo a
nivel nacional, sino incluso los que se
encontraban presentes en sus concentraciones, quienes no prestaban atención
a lo que decía, lo que obligó al candidato a repetir en sus discursos:
“disciplina, disciplina; oigan, oigan”, casi tantas veces como el lema de que
él era “hijo de Chávez”. Mensaje éste último, pésimo como hilo conductor de una
campaña, que merece un comentario aparte:
En primer
lugar, Venezuela no es una monarquía en la que tal cualidad pudiera haberle agenciado legitimidad a su aspiración (cualidad,
además, ficticia: todos sabemos que Maduro no es hijo de Chávez); con lo cual
se insistió desde el inicio en tratar de posicionar una imagen falsa y, por
tanto dura de vender como tal, pero -además- totalmente inútil a los fines a que
se pretendió dirigirla.
Lo que le daba legitimidad a Nicolás para abanderar al sector afecto al
difunto ex presidente, era una solicitud de éste en vida. Con todas las
dificultades que pudiera envolver el tratar de recrear una suerte de necesidad
emocional por “quedar bien” con alguien
que, al haber desaparecido físicamente, no puede agenciar evaluación alguna
sobre el tema, era -sin embargo- esta petición, a todas luces, mucho más
“envolvente” y comprometedora, que la carente de intensión (con “s”) política
que se usó con esa precisa intención. La mencionada solicitud, habiendo sido
explotada mediante la exposición del vídeo que la recoge, sin embargo no
ostentó el primer lugar en la campaña, siendo siempre segundona de la
pretendida filiación. Así que ser “el
hijo de”, les pareció mejor. Error.
En segundo
lugar, ese empeño hizo lucir a Nicolás como una especie de Genovevo (creo que
el nombre del famoso personaje de Pepeto, llevaba dos “b” en lugar de las “v”,
pero no estoy seguro). En lugar de “yo me comprometo”, “yo propongo”, “yo les
anuncio”, “yo deseo”, “yo haré”, el mensaje fue “yo soy el hijo de”; no sólo
por parte del propio candidato, sino también de los demás dirigentes y del
locutor que animó los eventos (vocablo, en este caso, más ajustado que
“reuniones”, “mítines” o “asambleas”) de campaña. Sólo le faltó hacer una
pataleta amenazando con llamar a “papi” (esto todavía pudiera ocurrir, con base
en el vídeo que acabamos de comentar). Error.
Pero, justo
es decirlo en descargo de los asesores, quedó demostrado que era un soberano
problema hacer una campaña centrada en Nicolás, así que lo de “hijo de” tal vez haya sido un
obligatorio “camuflaje”… Después de exhibirse cantando muy animado el himno
nacional de Cuba, en cadena nacional, simplemente resultó que ¡no conoce el
nombre de los estados del país a cuya Presidencia aspira! Vamos, ¡nuestro país!… Para mostrar sus
habilidades silbando, se inventó una historia de un “pajarito chiquitico” (la
cara de Adán Chávez era un poema)... A CORPOELEC la llamó CORPOVEN... Saludó a
los habitantes de Cubagua (donde nadie vive; sólo hay rancherías de tránsito de
los pescadores)… Ubicó a Camaguán en Apure, cuando queda en Guárico… Sobre cuál
sería su plan de gobierno, mostraba y nombraba el elaborado para Hugo Chávez
con ocasión de las elecciones de octubre 2012, pero NUNCA lo comentó, dando la
más que plausible impresión de desconocer sus detalles… Se mostró,
descoordinado y torpe, en un “baile” grotesco que lo auto-ridiculizaba… Después
de devaluar la moneda dos veces, prometió un aumento de salarios menor y en
tramos, del que ya había ofrecido el adversario para ser efectivo de una sola
vez… Maldijo (con una inexistente “maldición
de Macarapana”) a quienes no votaran por él, después de criticar una
supuesta -y también inexistente- cultura del odio de parte del bando contendor…
y un larguísimo etcétera.
De esta
manera, la sensación en quienes conforman lo que fue el universo electoral que
seguía a Chávez es de un vacío tremendo, profundo, oscuro e insondable. Saben que “el comandante” se equivocó en su elección; saben que Nicolás sería peor
como Presidente que lo pésimo que ha sido como candidato; y actuarán en
consecuencia, no hay duda, cada quien a su modo.
Así que casi
apostaría a que el término de la campaña, con todo y sus catastróficos
resultados para ellos, debe generar un catártico alivio en los conductores de
la de Nicolás. Éste se “comió” un gap de 20 puntos en un mes, cosa nada fácil
de lograr aún proponiéndoselo, y hoy se configura un escenario que lucía lejano
en los primeros días de marzo y del que está prohibido comentar. Con el
agravante para él que no tiene tiempo, ni instrumental personal, para
revertirlo.
Claro que en
esto influyó la más que solventemente ejecutada campaña de Henrique Capriles
(aún se puede decir que pudo nombrar más
a los independientes, a quienes, no obstante, se dirige prácticamente toda la
oferta electoral: ésta cumple absolutamente con los requerimientos del perfil
de quienes integran este segmento), en la que despuntó un candidato bregador e
inteligente, dispuesto a “dejar el pellejo por Venezuela”; pero, en realidad,
la colaboración de Nicolás fue inestimable.
Hace dos
semanas, por otras causas, escribí: “Maduro
no puede sino perder”. No tenía ni la menor idea de lo acertado, casi
profético, que estaba siendo; cualquiera sea el resultado.
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