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El madurismo no pasó de ser un silbido infeliz.



El madurismo no pasó de ser un silbido infeliz.



Por: Jesús J.Ortega Weffe
 
Uno de los problemas más acuciantes del devenir político de los últimos años en Venezuela es el de haber hecho un “totem” del marketing político, por una parte; y por la otra, usar mal o simplistamente los instrumentos de éste. Carmen Beatriz Fernández, sapiente consultora política venezolana, lo tuiteaba de manera magistral en estos días: “Durante demasiado tiempo en la oposición venezolana nuestros políticos hacían lo que sugerían las encuestas, sin atreverse a contrariarlas. Los políticos tienen encuestas, los Políticos tienen convicciones”. Pero el fenómeno de ausencia de “P” mayúscula no es exclusivo de la ejecución pretérita de la oposición,  como para nuestra sorpresa -lo confieso- hemos podido constatar en estos días de campaña, en magnitudes inmensas, en el madurismo.
Estas líneas no se referirán a la mejor denominada por el candidato Capriles como la solución. En mi concepto, nada hay que decir al respecto, salvo elogiar la puesta en escena, desde el “vamos” hasta ahora, de la campaña. Alguna que otra discordancia no ha provenido del seno de ésta.
Donde se nota un hilo errático, perdido, incluso a ratos inexistente, es en la campaña del madurismo.
Empeñados en hacer de la campaña una reedición de “Sábado Sensacional”, se enfocaron en hacer del candidato una pieza de entretenimiento. Arduo trabajo, pues les resultó que el abanderado es sumamente aburrido. Fallidamente inventaron un “baile”, no sólo grotesco, sino que exhibía al aspirante como una especie de fardo mal coordinado, pensando con ello ridiculizar al contrario pero logrando con creces, en su lugar, ridiculizarse a sí mismo. Sin contar la pésima oportunidad en que el llamado “baile” salió a flote: el mismo día en que, a través de cadena nacional de radio y televisión, aparecieron las autoridades venezolanas y unos graduandos, entonando a pleno pulmón el himno nacional de Cuba.
Maduro, obviamente, se dio cuenta del gazapo y, con el paso de los días,  pretendió entonces que el “baile” lo hicieran otros y no él, a lo cual -como era de esperar- nadie se ha prestado muy entusiasmado.
Entonces se ensayó la incorporación directa de profesionales del espectáculo que hicieran esa labor. Hay que asumir que NO trataron también de que éstos representaran un “salto de talanquera”, cosa que hubiera podido aprovecharse a favor de la campaña (ya es tarde para ello, se perdió el “timing”), sino que en los casos en que ello implicaba un cambio de opinión por parte de algunas de las individualidades involucradas, pretendió hacérselo pasar bajo la mesa. Resultado: intentaron revestir de institucionalidad (un “sindicato”) lo que era una mera actividad de campaña (la razón: “jugar” con ofertas reivindicativas, en la especie de chantaje a que se han acostumbrado); y, por tanto, la movida se les “chispoteó” con la reacción, primero, del gremio; luego, de algunos de los propios participantes originalmente inadvertidos de la verdadera intención de la iniciativa; y, finalmente, de la población. Los “cambios de opinión” se han cristalizado en la opinión pública como falta de consistencia (y de otras virtudes) por parte de sus protagonistas. Naturalmente, han tenido que continuar con la idea, fundamentalmente a través de la participación de un conocido animador de televisión.
Pero no. No se había dado en el punto. Había que encontrar algo.
Puedo imaginar la conversación con el equipo asesor: -“Necesitamos algo de ‘entretenimiento’, eso es lo que le gusta al pueblo; ya probamos con el baile y, la verdad, mejor no lo hubiéramos ensayado, quedó malísimo, no tienes ritmo ni gracia para eso. Tampoco cantas. ¿Qué sabes hacer?”… -“¡Yo silbo!”.
Ésa, con certeza, ha debido ser la génesis del “pajarito chiquitico”. Maduro, al explicar su rapto místico, con singular fruición, se explayó en su “performance” onomatopéyica y ya la incorporó a sus discursos y al llamado a votar el 14/04. Ojalá insista en ello. No sólo luce totalmente desubicado un candidato que lo que  único que hace es silbar, sino que con ello logró disminuir a niveles lamentables la propia figura de la que intenta servirse para su campaña.
Pero, detrás del mal oropel, lo que encontramos es un discurso vacío, denunciando como sabotajes de última hora a situaciones como los apagones, los cuales han debido ser sufridos por los venezolanos desde hace unos 3 o 4 años. Se decretó una emergencia en el sector y, simplemente, no hicieron el trabajo o lo hicieron mal, como ha sido lamentablemente costumbre del gobierno. Hace promesas de atención a la inseguridad, después de 14 años y 160.000 homicidios. Y ya… nada más.
Todo lo demás se deja a una suerte de testamento de la figura con la que pretende cubrirse Maduro a cada paso. Como si de una monarquía se tratara, la apuesta de Maduro es impostarse como “hijo” de alguien que no es su padre; lo que ya en una monarquía se trataría de una vulgar usurpación. Pero, es el caso que Venezuela es una república. ¿Cuántos se estarán preguntando: “y esto es todo, que es dizque ‘hijo’… eso no resuelve nuestros problemas”?
Por otro lado, de tanto usarlo -como en la canción- se les rompió el argumento. Ya suena repetitivo e inútil en su intención de cubrir las evidentes fallas del candidato.
La profunda subestimación del pueblo, al pensar que todo está despachado con la falaz máxima: “el entretenimiento es lo que les gusta”, ha llevado a la campaña del madurismo por un barranco que ha sabido entre tanto aprovechar la otra opción con planteamientos concretos sobre sus necesidades y una “presentación” de la campaña mucho mejor estructurada (superando a niveles casi inimaginables su propia experiencia anterior). Hasta la participación de los profesionales del entretenimiento, infinitamente superior en cantidad y calidad, en su exposición y en sus integrantes en lo que se refiere a trayectoria, fue vinculada -con sincera emotividad- con la caótica situación que viven el propio país y los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Es decir, con respeto y compromiso con el pueblo y no como un mero circo.
Los resultados estamos a horas de conocerlos, pero a decir verdad, el madurismo no pasó de ser un silbido infeliz.


JJOW
@jjortegaweffe

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