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Si Ud. me cambia el consonante, yo se lo puedo cambiar


Si Ud. me cambia el consonante, yo se lo puedo cambiar.




Por: Jesús J. Ortega Weffe

Estas líneas son una cordial respuesta al artículo de Luis Manuel Aguana “La trampa de la repetición” (disponible en: http://bit.ly/Y4DlEL), en el que sostiene, con atractivos argumentos, que impugnar las elecciones del 14A ante la Sala Electoral del TSJ es poco menos que “darle el gusto” a los maduristas, quienes siempre esperaron que llegáramos a ese matadero para hacernos picadillo de la manera más mefistofélicamente elaborada: ¡repitiendo las elecciones!

Según su visión, de esa manera el madurismo conseguiría legitimarse puesto que ahora los empleados públicos estarían aterrados, y por tanto se volcarían en masa a votar por Nicolás; y, además, se profundizaría el “fraude electrónico” con el que nos llevan muertos desde el inicio de los tiempos.

 Ante tan dramática posibilidad propone continuar presionando por el conteo del cien por ciento de los votos, con cuadernos y demás instrumentos adicionales que permitan hacer una real verificación de los resultados.

Antes de expresar mi opinión (que coincide sólo muy parcialmente con la del amigo Aguana) haré una digresión, que al final no lo es tanto:

Recientemente todos pudimos ver a un quejoso Oscar Schemel, en un ejercicio insólito de una suerte de “sadomasoquismo” intelectual, prácticamente lamentando que la “revolución” no contara ahora con alguien con la capacidad de Hugo Chávez para “resignificar la realidad”. Y ejemplificaba a qué se refería.

Citando (yo) de memoria, Schemel –casi suspirando- remembraba que el fallecido ex presidente era  capaz de convertir a la inflación en especulación de los “apátridas”; al desabastecimiento provocado por su persecución contra los empresarios y el abatimiento del aparato productivo, en acaparamiento de los “burgueses”; a la debacle económica provocada por las disparatadas decisiones tomadas por su gobierno, en complot del “Imperio” con sus “lacayos” nacionales; al desastre de la (in)capacidad de suministro eléctrico por haber derruido lo que era un servicio público de prestación aceptable, en anécdotas de iguanas, rabipelados y saboteadores; a los ingentes regalos de petrodólares a gobiernos extranjeros (incluso cuando no era previsto que fueran tales regalos, disfrazándolos de convenios comerciales), en solidaridad o –peor- en “grandes aportes” que esos países ¡tan desarrollados! nos hacían el favor y el honor de dispensarnos, etc.

En cierto sentido, Schemel tiene razón. Chávez era un redomado mentiroso (que no otra cosa fue lo que Schemel realmente dijo), capaz de disfrazar sin rubor cualquiera de sus muchísimas fallas y carencias gerenciales y democráticas con casi cualquier cosa que se le ocurriera, sin que se le arrugara la conciencia (pero hacía un mohín con la boca, harto visible, cada vez que mentía; lo cual, junto con el mohín, era sumamente frecuente). Yo simplemente me niego a ver en eso un talento a encomiar.

Pero detrás de esa capacidad histriónica ilimitada, estaba el verdadero apoyo de su éxito en ese sentido: la capacidad de manejar sin control alguno la mitad del ingreso anual del Estado, excluida de la formalidad de siquiera aparecer en la Ley de Presupuesto; y manejar sin control alguno también la otra mitad, por una parte; y por la otra, una inverosímil capacidad de “resignificar la realidad” por parte de los opositores, a favor de él y en el propio perjuicio. Perdí la cuenta de los errores de Chávez que fueron convertidos, a mis oídos, en geniales jugadas maestras de la política por intermedio de los análisis de sinceros luchadores por la democracia. Una variante igualmente perniciosa de este fenómeno fue la ostensible omisión argumental frente a esas “resignificaciones de la realidad” de Chàvez.

Dicho esto, creo que el amigo Aguana, con toda buena fe, pecó de “sobre-perspicacia” en esta oportunidad. Veamos:
  1.  No importa cuánto se pretenda diferenciar el campo político del jurídico en este tema: la única posibilidad que provee el ordenamiento jurídico frente a un fraude electoral, es la impugnación de la elección. Y, dadas las especiales características del proceso que desembocó en la del 14A, la única pretensión con posibilidad de ser esgrimida en esa impugnación, actualmente, es la repetición total o parcial de ella. Por lo tanto, bregar para que esa repetición se dé no es más que una imposición de la realidad. En otras palabras, que se repita la elección es la única opción frente a que las cosas se queden como están; al menos hoy.
  2.  El manejo de la crisis ha sido –en general- impecable por parte de Capriles y el Comando Simón Bolívar: a la fría consideración jurídica anterior, se la ha dotado de alma, de legitimidad, de auctoritas, dentro y fuera de Venezuela. Al preestablecido formato de factura cubana, de acusar de violencia al justo reclamo, se le ha opuesto un discurso y ejecutoria absolutamente pacifistas, pero firmes, irreductibles; aunados a un palpable aumento de la unidad y direccionalidad de acción del pueblo en contra de lo que desde ya se palpa que es una usurpación de la voluntad popular. Es de colegir, sin que ello acredite a aspirar a un premio Nobel, que la negativa del CNE a permitir la revisión de los Cuadernos de Votación tiene la intención de ocultar algo. Y ese algo no puede ser sino el falseamiento de la decisión de los electores. 
  3.  Asimismo –y mucho muy al contrario de lo asegurado por Aguana- se ha demostrado con lo ocurrido que el voto es secreto. A pesar de una militante y expresa (ahora, también, pública) disposición del gobierno de cobrársela a los empleados públicos que pudieren haber votado a favor de Capriles, han tenido que recurrir a prácticas infamantes y vejatorias como la revisión de los teléfonos y las computadoras, que pertenecen –obviamente- a la esfera privada de las personas sometidas a tal abuso, para sustentar alguna sospecha; práctica que los retrata como lo que verdaderamente son. Así pues, tanto por tener ahora esa certeza, como por el torpísimo manejo autoritario de la situación, lo que es ciertamente previsible es lo diametralmente opuesto a la conclusión de Aguana: una verdadera “corrida” de votos de ese origen hacia Capriles, en la eventualidad de una repetición de la elección.
  4. Por el lado de la oposición, hay otro mito derrumbado que incide en la participación electoral: no hay, no existe, el mentado fraude electrónico. El CNE no se ha negado al conteo de las papeletas en las cajas de resguardo, a lo que ni de casualidad hubiera accedido de prever que habría alguna diferencia entre el número de votos reflejados en ellas y lo que aparece en las Actas de Escrutinio. En consecuencia, quienes se han abstenido pensando que su voto no cuenta, ahora saben que sí y mucho, porque el fraude se hace manualmente, contando con el espacio que dejan quienes no van a votar. Lo lógico, entonces, es que también por esta vertiente crezca el caudal electoral de Capriles en una eventual repetición de la elección.
  5. Por imperativo legal, esa nueva elección no puede darse sino en oportunidad comprendida entre seis meses a un año a partir de la decisión que la dictamine. Por lo tanto, no estamos luchando por una solución para mañana, pero –dentro de lo malo de tanto tiempo bajo un gobierno ilegítimo- eso permite ejercer una oposición inteligente y firme, en un lapso –el año que corre- de tangibles dificultades generadas por el irresponsable manejo del poder por parte del grupo que hoy lo usurpa. En mi criterio, éste es el retrato del mejor de los mundos: que el pueblo vea y sienta las consecuencias de las nefastas políticas que hemos padecido y, ello, siendo gobernado por alguien desmoronado en su propio jugo de ilegitimidad; con la oportunidad de sacudirse ambas ignominias en un plazo relativamente breve. 
En lo que sí coincido con Aguana, es en que es necesario seguir presionando. Siempre. Pero lo dicho arriba no conduce a no hacerlo; antes al contrario, acicatea para ello. Por lo tanto, lo inteligente es la estructuración de un mensaje acorde con lo antes narrado. Sin ocultamiento de las dificultades, pero con énfasis en las fortalezas, para no caer nuevamente en lo que fue conducta reiterada frente a los inventos de Hugo Chávez, haciendo nosotros mismos la cama a lo que nos perjudicaría más: la desmoralización primero; y después, la generación de expectativas irrealizables, que redundaría en más desmoralización. 

Desmoralización, por lo demás, que sería absolutamente injustificada: los venezolanos somos más que capaces de afrontar y superar esto. Y nunca antes estuvimos tan cerca.

En su artículo Aguana hace una consideración sobre que ésta sería una especie de jugada diabólica del gobierno, en el entendido de que una manera típica de actuar del diablo es lograr que el afectado quiera hacer precisamente aquello que lo lesiona. Y lo ejemplifica exhaustivamente. Queda demostrado con lo aquí expuesto que ése no es este caso.

Pero también reseña el triunfo de Florentino sobre el maléfico personaje. Vale recordar que, en medio del contrapunteo, el diablo le cambió la rima al venezolano para confundirlo y dejarlo sin respuesta inmediata. Pero el Catire quitapesares le respondió, devolviendo la suerte a su astuta contraparte. Con la misma frase que él usó, termino estas líneas: si Ud. me cambia el consonante, yo se lo puedo cambiar.



JJOW
@jjortegaweffe

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