Zadig, Hermes, el ojo
izquierdo y el tiempo
Por: Jesús J. Ortega Weffe
En el famoso cuento de Voltaire, “Zadig o el Destino”, el protagonista
(quien "creyó que podía ser feliz", por poseer grandes riquezas -“y por consiguiente, con amigos”-, una buena
salud, un físico atractivo, un espíritu justo y moderado; y un corazón sincero
y noble),
es herido por una flecha en el ojo izquierdo, en medio de la lucha por defender
exitosamente a Semire, su bella y adorable prometida, del intento de secuestro por
parte de los sicarios de Orcán, sobrino de un ministro.
Lamentablemente, a pesar de las plegarias a los dioses de la amorosa Semire, en la ya profunda herida sobrevino un
absceso que hizo temer lo peor. Hecho venir desde Menfis a Babilonia para
atender su ojo herido, el gran médico Hermes le dictaminó que lo perdería; “predijo
incluso el día y la hora en que debía producirse este funesto accidente”. La
razón era para él más que obvia: “-Si hubiera sido el ojo derecho -dijo- le hubiese
curado; pero las heridas del ojo izquierdo, son incurables”.
Babilonia entera, deplorando el
destino de Zadig, admiraba la sabiduría “y la profundidad de la ciencia” del
gran Hermes.
Y relata deliciosamente Voltaire
que: “Al cabo de dos días, el absceso se reventó por sí mismo; Zadig quedó
perfectamente curado. Hermes escribió un libro en el que demostró que no
hubiera debido sanar”.
Me resulta imposible no recordar
el nombrado cuento, y este pasaje en especial, en la coyuntura venezolana actual, aunque se me hace tan
“multi-aplicable” en las distintas recreaciones libres que de él hago, que es imposible encontrar en él una especie de "guía única". Pero sí podemos extraerle, amigo lector, un
curso de reflexión estimulante.
Por ejemplo, frente al resultado de la elección presidencial del 14 de abril y centrados en la epopeya que aún se
encuentra librando la “solución”,
como bautizó Henrique Capriles su propia opción y al disenso del gobierno en
general, seguro que aún se encuentran nuestros grandes Hermes escribiendo sus libros
de por qué no debieron ser esos los resultados, de conformidad con sus análisis
previos; con énfasis en quienes hicieron de la abstención un mecanismo de
profecía autocumplida. No obstante, por esperanza unos, por acierto otros, de
alguna manera casi todos los consultores previeron las variables fundamentales
que influyeron en los números, salvo la transmigración de votos en la que pocos
creyeron. Claro que nadie, en realidad y en descargo de todos, podía prever que
el absceso -o lo que podríamos entender por tal, desde esta arista- reventara
por sí solo de la forma en que lo hizo y en el breve tiempo en que sucedió.
Pero si nos ocupamos del madurismo (asumiendo que algo así pudiere existir), observamos que, como Zadig, evaluando sus fortalezas se vieron a sí mismos en un plácido vergel de deseos satisfechos de antemano. Mas, no se pasearon por la situación del Zadig herido, ese rol se lo dejaron a los “escuálidos”. En
esta recreación libre del cuento del gran pensador parisino, se me antojan los “enchufados”, antes bien, como entrañables panas del ministro y su sobrino, literalmente, por lo que no habría sido posible una lucha entre ellos por quedarse con Semire, hasta después de las elecciones. Y tuvieron sus propios Hermes, nacionales y extranjeros. Pero el absceso -el mismo, también desde esta otra arista- simplemente se reventó solo y no encuentran cómo escribir convincentemente sus libros sobre por qué no debió sanar ese ojo izquierdo.
Desde una óptica mucho más
importante que lo anterior, se me hace que el relato es también aplicable a todos nosotros como
ciudadanos. No pocas veces nos cristalizamos en creencias falaces que sólo
cuestionamos cuando se revienta el absceso. Ahora bien, sería injusto y falso
decir que éste, desde esta arista, se reventó solo; entendiéndolo ahora como
compuesto tanto por nuestras
carencias y problemas como sociedad (insisto, nuestros, y no sólo de quienes los padecen directamente), como por las palpables barreras que
dejamos -todos, de lado y lado- que se construyeran para evitar que nos
entendiéramos y trabajáramos juntos tras
un mensaje de aliento realista y sincero que nos convocara a la verdadera senda
de progreso y bienestar que perfectamente podemos transitar. Lo tenemos todo
para hacerlo, pero los ministros y sus sobrinos, con sus secuestros de aquello
que sin ser suyo no obstante codician y tratan como tal; y los Hermes de toda
laya, grandes gurús con verdades de pacotilla, que venden como ciertos dogmas
superados en casi todas partes del mundo desde el último tercio del siglo
pasado y cuyo precio de compra es la distribución de la miseria, como
magistralmente caracterizara Churchill, han sido ciertamente causa de la herida,
primero; y, sobre todo, del mal diagnóstico y tratamiento del absceso, después.
Pero esta vez, decíamos, ese absceso de distancia, de lejanía entre hermanos, hijos de la misma Patria llamados a
construir juntos el bienestar de todos,
no se reventó solo. Somos muchos los que tenemos largo tiempo buscando reventarlo:
(1) una parte de la sociedad muchas
veces incomprendida y satanizada: la dirigencia Política (con mayúscula, como
viene recalcando Carmen Beatriz Fernández), (2)
otro sector con mejor prensa, pero no por ello menos meritorio -sí, amigo lector, quiere ser una ironía-: las organizaciones de la sociedad civil; (3) otro mucho más numeroso que los anteriores y que los comprende (vamos, incluidos los medios de comunicación independientes; esta vez sin ironía alguna, sino con un profundo respeto): la parte de la sociedad que cree en los valores y principios democráticos; y todos, en esta oportunidad, encabezados por (4) un ciudadano que se creció sobre sí
mismo para encarnar un liderazgo tan propositivo y sereno, como tenaz y firme
en defensa de esos valores y principios. Sin duda ese esfuerzo ha rendido sus
frutos, lo hemos logrado, lo drenamos.
Porque no importa cuál sea el
resultado final de la elección, ese absceso que nos obstruía el futuro
infectándonos el ojo izquierdo ya no estará más. Podremos sentirnos todos juntos
de nuevo; hemos, ya, conquistado el umbral del porvenir.
En el cuento de Voltaire, Semire, la prometida de Zadig, quien sentía gran aversión por los
tuertos, confiada en la profunda ciencia de Hermes, se casó apresuradamente con
Orcán, el frustrado secuestrador sobrino del ministro. Zadig entristeció hasta
la aflicción; pero tal circunstancia le permitió, una vez repuesto de la pena,
vivir a partir de entonces una serie de vicisitudes, a ratos tormentosas, a
ratos dichosas, a ratos inciertas, en busca de su destino. En una de ellas, en
procura de su casamiento con la reina Astarté, se somete a la prueba de
solución de enigmas.
El gran mago comienza con la
siguiente pregunta: “-¿Cuál es, de todas las cosas que hay en el mundo, la más
larga y la más corta, la más rápida y la más lenta, la más divisible y la más
extensa, la más descuidada y la más añorada, sin la cual nada puede hacerse,
que devora todo lo que es pequeño y que vivifica todo lo que es grande?”
A su turno, Zadig, dijo que era el tiempo: “-Nada es más largo -añadió- puesto que es la medida de la eternidad;
nada es más corto, puesto que falta en todos nuestros proyectos; nada es más
lento para el que espera; nada es más rápido para el que goza; se extiende
hasta el infinito en grande; se divide hasta el infinito en pequeño; nada puede
hacerse sin él; hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad e
inmortaliza los grandes hechos”. La asamblea decidió que tenía razón.
Poco importa, pues, si entre nosotros continúan en sus nefastos esfuerzos ministros, sobrinos y grandes Hermes, como puede ocurrir a juzgar por las recientes declaraciones de alguien a quien la majestad de su cargo y la índole de sus funciones le imponían no adelantar criterio. Lo cierto y verdaderamente trascendente es que el absceso de la división a ultranza ya no está más. Podemos volver a ser nosotros, comenzar a intentar querernos, acordarnos, desde abajo. Podemos ser nuevamente un solo pueblo.
Y eso pertenece a la estirpe de los grandes hechos que inmortaliza el tiempo. Atrás quedará, con certeza, todo lo que es indigno de la posteridad.
JJOW
@jjortegaweffe
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